jueves, 25 de julio de 2019

EL DIAMANTE QUE ALBERGAMOS EN NOSOTROS MISMOS

En la Rambla de la Muntanya, 97 (Barcelona) se encuentra el centro budista Samye Dzong y allí, el pasado 1 de mayo, conocí en persona a Venerable Damchö. Una monja budista neoyorkina, cuya breve presentación, puedes leer en la web de Facebuda.

En realidad, la había descubierto hacia un año, al inscribirme a unos cursos del Instituto Budadharma. Los cursos que yo hice eran sobre el manejo de las emociones desde una perspectiva budista, así cómo sobre el budismo cómo filosofía de vida. El Instituto me lo dio a conocer un viejo amigo. Me habló con tanto cariño y admiración de los cursos y de Venerable Damchö que, entendí que era una de esas señales místicas del universo. Y así la conocí. Ella impartía el primer curso que realicé "Las tres joyas" y así quedé enamorada de su forma de transmitir su sabiduría.

Tiene una voz musical y gesticula moviendo sus finos dedos con delicadeza al compás de su cantarina voz. Y sus analogías son originales y de profundo calado. Algunas veces, hace salir de tus labios sonrisas, o carcajadas de tu garganta.

Supe que venía en mayo a dar una charla a la otra punta de la ciudad y tenía que ir. Así de simple. Coincidió todo lo que me va peor en mi rutina semanal (un miércoles, en la otra punta de la ciudad, a última hora de la tarde y teniendo a mi hijo conmigo). Por eso se dice:

"Quien quiere hacer algo, encuentra el medio.
Quien no quiere hacer algo, encuentra la excusa"



Ni qué decir tiene que la charla mereció la pena hasta el último segundo.
Nunca he sido religiosa pero siempre he sido consciente de mi dimensión espiritual, y he estado muy conectada con ella.
De niña tuve mucho contacto con personas cristianas. Fui a un colegio de monjas durante parte de mi escolarización, asistía a misa e incluso, tocaba la guitarra en ellas. Fui bautizada, hice la comunión y la confirmación. Pero nunca he creído en la Iglesia porque esta, está formada por hombres (y mujeres) tan humanos e imperfectos como los demás, los cuales (algunos de ellos) cometen crímenes amparados por esa institución, o, cuando menos, escondidos en sus hábitos y aprovechándose de la vulnerabilidad de las personas.


El budismo ha sido para mi un bálsamo reparador. Llegué a él hace 6 años, cuando, una amiga me regaló un fin de semana en un monasterio budista en Huesca. Tras esa primera toma de contacto, volví a ese monasterio dos veces más. La segunda ocasión, tomé refugio en el budismo en una ceremonia que ofició Lama Drobgyu. Aunque reconozco que no era plenamente consciente de lo que aquello significaba. Lo comprendí cuando empecé mis cursos sobre budismo en el Instituto Budadharma.


Pero no fue hasta el año pasado, cuando, empecé a vivir con más profundidad en el Dharma. No obstante, debo decir que vivo el budismo como filosofía de vida, y no como una religión. No sigo muchos preceptos, pero sí extraigo lo que me ayuda a comprender y a no vivir en estado bélico interior continuo. Me refiero a la empatía, al recordar constantemente que los demás son tan humanos e imperfectos como yo, que todos somos lo mismo y algún día volveremos al lugar de dónde venimos. Y a ser benevolente conmigo misma.

Me divorcié hace 10 años y no he vuelto a tener pareja desde entonces (aunque la he buscado). Además, el proceso por la custodia de mi hijo, fue tan extenuante que, todo ello, derivó en un combo que me hizo caer en una depresión. Empezar a estudiar la carrera y tener una situación económica tan precaria, rayana en la probreza, sólo embruteció el escenario en el que me movía ejerciendo mi maternaje cómo podía, lidiando con la culpa, el sentimiento de incompetencia personal y de injusticia del mundo entero sobre mi persona. La poca vida social que tenía, se volatilizó. 
No tengo familia, o la que tengo, es perjudicial y peligrosa para mi y mi hijo, y no mantengo ningún contacto con ella, desde hace tiempo. Pasé años entre mi trabajo, el cuidado de mi hijo cuando estaba conmigo y dedicada al estudio de manera íntegra cuando se marchaba con su padre. Aquello me generó un vació interior sordo y profundo cómo una fosa marina que traté de llenar comiendo. De modo que por si toda la situación no fuera suficiente, me convertí en obesa en grado II. Nuestro sistema no está estructurado para sostener, sino para su existencia sea facilitada por los individuos... Pero esta es otra historia.

Entré en una crisis existencial.

Y en ese momento, el budismo llegó a mi vida.

Por experiencia personal , que cuando perdemos nuestros puntos de anclaje como la familia, los amigos; cuando nos abandonamos física y espiritualmente, aflora un sentimiento de soledad, de encontrarnos perdidos y sin saber qué sentido tiene nuestra vida, siendo esta una necesidad común a todos los seres humanos. (Benavent, 2012: 23). La salud espiritual debe ser atendida y cuidada porque, de nuevo por experiencia personal, un vacío espiritual no atendido puede provocarnos enfermedades mentales como la depresión, o trastornos como la ansiedad, el insomnio, etc,. (Benavent, 2012:117).

Cuando Venerable Damchö finalizó su charla, formamos un pasillo por el cuál ella pasó para salir de la sala, seguida por otras monjas. La gente le decía cosas y ella se detenía unos instantes hablando, sonriendo abrazando a unos y a otros. No sé qué le decían para que ella hiciera una cosa u otra.

Yo no tenía intención de decirle nada. Pero a medida que se acercaba, supe que tenía que decirle algo porque, tenía una ocasión irrepetible. Así que le pedí a mi hijo que, si hablaba con ella, nos sacara una foto.
Llegó dónde yo y le hablé. Y ella me hizo una pregunta. Sólo una pregunta y juntó su frente con la mía. Y en ese momento mis sentidos se detuvieron. Dejé de oír. No fui consciente de mis ojos hasta que vi la foto. Al cabo de un rato, sentí que, de algún lejano y ajeno a mi, llegaban unas ganas de llorar. Sentí el imperativo. "No llores" pero fue tan inútil cómo una ramita flotando sobre aguas bravas, negándose a caer por un salto de agua inminente. Es la mejor comparación que se me ocurre.

Y lloré. Lloré por mi divorcio, por la guerra en la que convertimos la custodia de nuestro hijo, por abandonarme a mi misma, por dañarme comiendo hasta la obesidad, por fumar, por caer y no saber evitar volver a caer, por soltarme la mano, por cuando traté mal a mi hijo, por culparme por no ser perfecta, por no sentirme siempre agradecida por poder estudiar, por desear rendirme, por enfadarme y coger rabietas por estrés y cansancio. Lloré por los amigos y amigas que se fueron yendo de mi vida, por mi soledad, por auto-compadecerme, por enfadarme cuando no me he sentido comprendida o por ser juzgada (yo o mi vida) por quien no conoce mi realidad, por haberme tratado con toxicidad,...

Mi hijo me miraba ligeramente sorprendido pero no me preguntó por qué lloraba. Me dijo "¿Qué te pasa? ¿Te has emocionado?" 



La espiritualidad nos hace mirar más adentro, y nos ayuda a encontrar aquello que es irreductible y lo que da sentido a la vida. (Benavent, 2012: 69). Nuestro diamante interior, porque “Descobrir el diamant que hi ha a l'interior de cadascú és una de les necessitats espirituals que tenim les persones” Benavent, E.

En aquel momento, frente a frente (nunca mejor dicho) con Venerable Damchö, sentí el amor y vi el brillo del diamante que todos albergamos en nosotros mismos. Es el que nos guía incluso cuando creemos que estamos solos en el barrizal más profundo que hayamos conocido. 





No hay comentarios:

Publicar un comentario

NO, NO ES QUE HOY EN DÍA NO AGUANTEMOS NADA

Un periodista le preguntó a una pareja de ancianos: ¿Cómo se las arreglan para estar juntos 65 años? Y ella contestó: "Nacimos en un ti...